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Fue hasta después de que las corté todas que me di cuenta de la situación…
Todo el contenido de mi exposición salió
de mi cabeza dejando sólo la carrasposa voz de mi abuela resonando en
ella: “Hija, no te cortes nunca las uñas de noche”.
Me quedé mirando el vacío por un momento,
siempre había creído en mi abuela y en sus supersticiones, y siempre
había tenido en cuenta cada una de ellas, salvo por esa noche que la
olvidé. Recordé cómo inocentemente había preguntado por qué era malo
eso, y que la respuesta no me había gustado para nada, me había causado
miedo, y eso era lo que tenía en ese momento, miedo. Suspiré mirando la
pared. ¿Y ahora? Mi abuela nunca me había dicho qué hacer si las
cortaba, pero sí me había dicho esto:
“Después de las 8:33 p.m., no vayas a
cortar tus uñas, ni las de las manos ni las de los pies, pues después de
esa hora, ese instrumento de plata estará maldito. Maldito para todo
aquel que lo presione sobre su carne y sus uñas; será más afilado y más
brillante, y traerá consigo algo terrorífico, algo fuera de este mundo.
Recuerda esto: ‘después de las 8:33, corta tus uñas y vas a temer.
Alguien tocará tu puerta, un regalo dejará; no lo abras hasta que
amanezca, no seas curiosa. No mires hacia atrás si sientes que algo se
acerca, pues el dueño de la caja piensa sorprenderte. No cortes tus uñas
de noche, no, si esperas a la muerte'”.
Solté el cortaúñas rápidamente y miré las
uñas reposar sobre el suelo. El corazón me latía con fuerza, mi abuela
no mentía nunca. ¿Y si llegaban a tocar mi puerta? ¿Y si me encontraba
con una caja? ¿Justamente en ese momento tenía que vivir sola? No dejé
de mirar las uñas, tenía mucho miedo, el corazón no dejaba de latirme
rápidamente y sentía que algo malo iba a suceder, pero, ¡espera! No cortes tus uñas después de las 8:33.
Corrí a mirar el reloj de la sala y me detuve en seco frente a él
observándolo. Marcaba las ocho en punto. Cerré los ojos y solté una
bocanada de aire al mismo tiempo que mantenía mi mano derecha sobre mi
pecho. Lo había hecho antes de las 8:33, estaba segura, no me pasaría
nada.
Repentinamente me rugió la panza, era
momento de hacer algo de cenar y luego irme a la cama para estar
descansada al día siguiente. Caminé hacia la cocina y encendí la
televisión para mirar las noticias, fui hasta el refrigerador y saqué
dos huevos para freír. Aparentemente, había habido un incidente en
Colorado, algo relacionado con un tiroteo; la noticia parecía
indignante, pero más indignante fue lo que dijeron antes de ir a
comerciales.
“Ya que son las 8:50 de la noche, vamos a una pausa comercial”.
Después de las 8:33, corta tus uñas y vas a temer…
Me quedé paralizada, el corazón volvía a
latirme con fuerza y volvía a tener miedo; pero esa vez el miedo fue aún
más fuerte, de aquel miedo que te ataca con tal intensidad que te
impide mover tus músculos e inmediatamente cierra tus cuerdas vocales,
dejándote mudo y paralizado. Habían pasado sólo unos minutos desde que
miré el reloj de la sala, ¿tenía mal la hora? Suspiré y temblando un
poco caminé hacia mi habitación. Lentamente llegué, con el corazón
acelerado y las manos sudando. Eran las 8:50 aún. No podía ser, miré el
aparato sorprendida y con algo de desesperación busqué en mi gaveta
varios de los relojes que tenía. Tomé uno y lo miré, las 8:50; tomé otro
y lo miré, las 8:50; tomé otro, ¡las 8:50! Sin evitar la desesperación
arrojé el reloj hacia la pared haciéndolo pedazos y tomé rápidamente mi
celular para llamar a mi madre. Pero después de marcar el número, algo
resonó en mi cabeza: alguien tocaba el timbre. Me paralicé por completo y
el teléfono se resbaló de mis manos cayendo al suelo.
Alguien tocará tu puerta…
Algo me decía que no abriera la puerta, o
que la abriera, tomara mis cosas y saliera de ahí lo más rápido que
pudiera, pero algo también me decía que ya era muy tarde. Lentamente
cerré los ojos, apenas podía respirar, sentía el corazón latiéndome en
todo el cuerpo y las manos me sudaban. Pero nunca había sido cobarde, y
no podía serlo ahora; quizá era el momento de que mi abuela se
equivocara y quizá estaba exagerando. Me levanté despacio y caminé,
tratando de calmarme con cada paso que daba hacia la puerta. El timbre
sonó tres veces y después cesó. Lentamente coloqué mi mano sobre la
perilla, pensando que nada iba a pasar, que seguro era una de mis amigas
o mis vecinas fastidiosas, y que nada de lo malo que había pensado me
sucedería. Suspiré, cerré los ojos y abrí la puerta.
Un regalo dejará…
Había una caja. El corazón en ese momento
me latió tan fuerte que lo escuchaba resonar en mi cabeza,
inmediatamente comencé a llorar con desesperación, las manos me sudaron
más y más, el miedo me invadía tanto que sólo quería llorar, llorar y
esconderme, taparme los ojos y pensar que nada de eso estaba sucediendo,
despertarme de esa pesadilla. La caja era negra, un negro perturbador e
inquietante; quería patearla, pero temía empeorar las cosas. ¿Qué debía
hacer? ¿Qué era esa caja? ¿Qué había dentro de ella? Eso era lo peor,
lo que podría haber en su interior. Quería saberlo, ¿y si era una broma?
Tenía amigas muy bromistas, pero el susto que tenía no me hacía creer
que era una broma. Me incliné y tomé la caja. Estaba algo pesada, lo
cual aumentaba mi curiosidad.
No la abras antes que amanezca, no seas curiosa…
No podía abrirla, quería, pero no podía.
Dejé la caja sobre la mesa y fui hasta la cocina por un calmante, tomé
agua y me lo tragué. Pensé por un momento que debía esperar a que
amaneciera, quizá así no me pasaría nada. Sí, eso era, debía esperar. El
hambre se me había quitado, sentía la casa más sola que nunca, sentía
frío, sentía que cada pasillo era más oscuro de lo normal. Entré al baño
y me miré al espejo; tenía el rostro rojo, los ojos llorosos, los
labios pálidos, y aunque no podía verlo mi corazón seguía acelerado.
Después de que me cepillé, salí y comencé a cerrar las cortinas,
entonces el corazón me empezó a latir fuertemente de nuevo. Sentí como
si alguien estuviera detrás de mí, parado, respirando; sentía su
respiración tal y como si fuera una persona, cercana, fría. Respiraba
como los sádicos que aparecían en películas. Nunca había estado tan
asustada en mi vida, las lágrimas se me salían y todo el cuerpo me
temblaba.
No mires hacia atrás si sientes que algo se acerca, pues el dueño de la caja piensa sorprenderte…
El dueño de la caja, ¿quién era? Sentía
que alguien estaba detrás de mí, ¿qué podía hacer? El corazón me seguía
latiendo con fuerza, el susto iba más allá de lo que podía imaginar. De
repente lo pensé. Yo no podía morir, no esa noche, y menos así. Si no
podía mirar lo que estaba atrás, tenía que escapar. Con todo el valor
que pude reunir cerré mis ojos con fuerza y corrí hacia la derecha. Abrí
los ojos y seguí corriendo rumbo a las escaleras, sentía cómo esa cosa
me seguía, aún sentía el frío, aún las piernas me temblaban, aún sentía
el miedo, y aunque corría aún lloraba con algo de desesperación. Por más
que corría, eso que me seguía no se detenía; llegué hasta las escaleras
aún sin voltear y fue cuando mis piernas me fallaron, y entonces caí.
Rodé por las escaleras, sentí el miedo junto con el dolor. Las pinzas
que sostenían mi cabello se estaban incrustando poco a poco en mi
cabeza, haciéndome sentir un dolor inmenso que superaba incluso el
miedo. Al final de las escaleras no dejé que el dolor me paralizara, me
levanté como pude y corrí hacia la salida. Estaba desesperada, y cuando
vi la puerta más cercana a mí tropecé, cayendo al suelo. Giré mi cabeza y
observé: había tropezado con la caja y ésta se había volteado,
abriéndose. ¿Qué había dentro de ella? Habían dedos, dedos de pies
mutilados y ensangrentados, también había uñas. Pegué un grito de
terror, alejándome con desesperación de ahí; sentí mi frente húmeda,
estaba sangrando gracias a las pinzas que me habían lastimado. Pero más
fuerte que ese dolor, fue el que sentí al observar que me faltaban todos
los dedos de mis pies. Abrí los ojos de par en par y lo último que vi
fue un rostro tan blanco como el papel, y unos ojos más rojos que mi
pintura de uñas. Luego de eso, me desmayé.
No cortes tus uñas de noche, no, si esperas a la muerte.
Mi abuela una vez me dijo: “No cortes tus
uñas de noche”, y en mis años de vida siempre tuve presente eso, hasta
que un día lo olvidé. La abuela nunca se equivoca. Ahora les digo a
ustedes, no corten sus uñas de noche, siempre habrá un amanecer.
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