*La misteriosa "muerte" de Hitler.

Adolf Hitler

Adolf Hitler es una de las personas más recordadas de la historia moderna, pero no precisamente por cosas buenas sino por la atrocidad con la que azotó a gran parte de Europa con su ejército nazi. Se saben muchas cosas sobre él, cómo era en su época de estudiante, cómo fue rechazado en un instituto de bellas artes, cómo empezó en la política y cómo fue poco a poco escalando hasta llegar al poder y hacer lo que por todos es sabido.

Se saben muchas cosas sobre él, aunque sobre su muerte hay muchas lagunas y muchas informaciones que revelan que la información que se facilitó de manera oficial no fue veraz. La muerte del dictador nazi sigue rodeada de grandes incógnitas.

De hecho, durante los juicios de Nüremberg comenzaron a aparecer muchos rumores acerca de que Hitler no se había suicidado tal como habían asegurado sino que había claros indicios de que finalmente pudo escapar. Incluso uno de los fiscales de aquel proceso, el fiscal Torey, aseguraba que era muy posible que el dictador nazi estuviese con vida.

William F. Heimlech, ex jefe del Servicio de Inteligencia del ejército de los Estados Unidos, declaró que: “Sinceramente, creo que Hitler no ha muerto. El hecho de ser desconfiado es algo intrínseco a la profesión que he venido desempeñando desde hace mucho tiempo y no me fío de nada ni de nadie hasta que no lo compruebe por mí mismo”.

“Se dice que el cadáver de Hitler fue encontrado pero en su momento pude hablar con los rusos y no hay ninguno que pudiera asegurarme que vio el cadáver de Hitler. No hay pruebas fehacientes del suicidio de Hitler ni tampoco el de su mujer, Eva Braun”.

Y no solo él sino que el propio general Dwight D. Eisenhower declaró que: “…al principio creía que Hitler había muerto, pero a principios de octubre de 1945 había poderosas razones para creer que aún seguía vivo”, lo que alimentó aún más la leyenda del dictador.

Vamos a sumergirnos un poco más en la historia y transportarnos unos días antes del final de la guerra con la caída de Berlín y la rendición del ejército alemán. El 21 de abril de 1945 apenas se sabía algo de Hitler, solamente se decía que estaba en su búnker bajo la cancillería alemana dirigiendo la defensa de Berlín, pero nadie lo había visto. Supuestamente, solo estaba con las personas de su máxima confianza en el búnker.


*La muerte del dictador


El 30 de abril de ese mismo año, muchos mensajes que llegaban desde Alemania a Estocolmo revelaban que Hitler había muerto el día 29 en su cuartel general y que había caído luchando hasta su último aliento frente a los bolcheviques.

El 2 de mayo, Berlín cae ante el ejército rojo después de varios días de lucha, donde al final eran ancianos y niños los que con sus armas protegían el inevitable devenir de la capital alemana. En ese momento comenzó la búsqueda por el cadáver de Hitler y seis días después, los soviéticos anunciaron que habían encontrado entre las ruinas de la cancillería un cadáver que habían considerado que era el del líder nazi.

Según la inteligencia británica, todos los sirvientes de Hitler aseguraron que era el cuerpo del dictador, a excepción de uno, quien dijo que era uno de sus cocineros. A ello hay que sumar que Hitler tenía unos cuantos dobles y podía jugar siempre que lo desease al despiste. Deudor Pletonov, Mayor del ejército soviético también aseguró que no era él sino que era un doble.


*¿Cómo escapó?


Hay muchas hipótesis de cómo pudo escapar. Algunos historiadores aseguran que escapó en avión una o dos noches antes de la caída de Berlín, haciendo escala en el aeropuerto de Hörsching, en Austria, tras lo cual pudo escapar hasta España y desde España hasta Sudamérica.

Otras fuentes revelan que pudo escapar gracias a una organización llamada Odessa, de la cual podemos conocer más en un libro escrito por Frederick Forsyth o en la película del mismo nombre dirigida por Roland Neame en 1974.

Esta organización desviaba parte del dinero, joyas y obras de arte de los nazis para ayudar a escapar a los altos mandos en caso de que ocurriese lo que ocurrió. Incluso se dice que Franco permitió el aterrizaje del avión de Hitler en Galicia para posteriormente ir hasta Sudamérica.

Otra teoría es que Hitler se fue a vivir a Brasil, a una de las muchas colonias de alemanes que allí hay y se casó con una mujer negra, para evitar sospechas, pero sólo son hipótesis que alimentan esta leyenda de misterio sobre su muerte.

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*La leyenda de las Futakuchi-Onna.

Ilustracion de Futakuchi-Onna.

La Futakuchi-Onna pertenece a la familia de los yokai (un tipo de monstruos mitológicos) y tiene el aspecto de una mujer que, por debajo de sus cabellos y algo más arriba de la nuca, tiene una segunda boca completamente funcional (con labios, dientes y lengua). Normalmente es idéntica a su primera boca según la creencia general, aunque otras veces se muestra con un aspecto mucho más escalofriante y grotesco, dientes afilados y un tamaño desproporcionado. Esta segunda boca tiene vida propia, pues al parecer está animada por un espíritu vengativo, que la impulsa a atormentar a su dueña, gritando o chillando si esta no la alimenta directamente o se acerca a los alimentos y no le ofrece, ya que el poder de esta maldita boca secundaria le da la facultad de manipular los cabellos de la mujer para usarlos como tentáculos que usa hábilmente para  proporcionarse comida. Según la leyenda, la boca está allí como una forma de castigo a la mujer que lo sufre, normalmente por no comer suficiente o comportarse de forma egoísta con la comida.

Al igual que otros seres mitológicos de aspecto humano, la Futakuchi-Onna suele pasar desapercibida por aquellos con quienes convive y, por lo general, es descubierta después de que una o más personas se percatan de que los alimentos están desapareciendo misteriosamente en proporciones alarmantes, ya que la segunda boca de la Futakuchi-Onna come el doble de lo que come su anfitriona (la mujer en la cual está, a modo de condena…).

Como ya se dio a entender, y es esto lo que resulta más aterrador en la leyenda, la segunda boca de la Futakuchi-Onna tiene conciencia propia y piensa o, para ser más precisos, piensa el espíritu rencoroso y castigador que la controla… Por esto, esta boca viviente no solo puede gritar, chillar y manipular los cabellos de la mujer, sino que además es capaz de obligarla a cometer casi cualquier tipo de acción, incluso un crimen, y la torturara psicológicamente si se niega, murmurando constantemente y avivando el sentimiento de culpa en la mujer, achacándole la falta moral que la llevó a tener una segunda boca y convertirse en un monstruo…
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*La historia del avaro: 

Esta historia, pasada de generación en generación como una viva advertencia de los castigos sobrenaturales que puede recibir la tacañería, cuenta que, hace mucho tiempo, vivía en un pueblo un artesano muy trabajador, que estaba aún en edad de tener mujer e hijos, y gozaba de cierta holgura económica porque había renunciado a casarse, no porque fuera muy religioso o porque no le gustaran las mujeres, sino porque le producía una profunda aversión la idea de tener que mantener a una mujer, de tener que pagar una boca más… Su dinero era su dinero, era el dinero que conseguía con su esfuerzo, y no quería compartirlo con nadie, pues deseaba poder disfrutarlo él solo, comprándose buena ropa y cosas que, de tener una boca que mantener, seguramente no podría gozar.

No obstante, todo cambió cuando, cierto día, en el pueblo apareció una nueva habitante, que vino sola, sin esposo, padres, hijos, o tipo alguno de compañía. Esta mujer tenía la piel tersa, blanca como la nieve, los cabellos largos y sedosos, y el rostro inundado por una belleza digna de ser retratada por la mano de un hábil pintor. Apenas la vio, el artesano quedó embelesado; sin embargo, lo que realmente le hizo desearla con intensidad y quererla para sí, fue el enterarse, tras un par de días, que la mujer comía sumamente poco, tan poco que, tenerla en casa, acarrearía un gasto económico insignificante en comparación con todo lo bueno que podría obtener con su compañía. Así, el artesano empezó cortejarla hasta que finalmente la convenció para casarse y la llevó a vivir con él.

Inicialmente todo fue alegría, pues la mujer era una compañera agradable y entretenida, y además el artesano veía con gran complacencia que, efectivamente, eran muy ciertos los rumores sobre lo poco que comía. No obstante, el tiempo pasó y el hombre se percató de que sus reservas de alimentos estaban disminuyendo de manera misteriosa, y en cantidad tal que era como si, además de él y la mujer, viviesen dos personas más en la casa, aunque sabía que no habían entrado a robarle porque, justamente por lo aferrado que era a sus posesiones, cuidaba muy bien que nadie entrara a su hogar. Entonces: ¿acaso su esposa se estaba comiendo la reserva cuando él no la veía, cuando dormía o no estaba?… Eso le resultaba un poco difícil de creer porque ella seguía siendo tan delgada como cuando la conoció, y ya debería estar como un luchador de sumo si comiese tanto; sin embargo, se decidió a espiarla para disipar sospechas, de modo que, cierta mañana, fingió ir al trabajo y se quedó escondido en casa…

Lo que vio lo dejó sin palabras, lo horrorizó, y habría gritado si no fuese porque temió perder su vida. Y es que allí, en la cama donde durmió tantas noches con aquella mujer de piel blanca como el marfil, yacía una cosa horrenda, inimaginable, que él no alcanzaba a entender cómo no pudo sentir con sus manos al acariciarle la cabeza a su esposa… Era una boca, con lengua, dientes y labios, una boca viviente que su mujer tenía en la parte de atrás de la cabeza, por encima de la nuca. Esta boca murmuraba cosas que él no alcanzaba a oír, pero creyó que eran acusaciones porque su mujer lloraba con cara de remordimiento, mientras la boca controlaba los cabellos de ella como si fuesen tentáculos, hasta que la mujer se levantó y se acercó a un plato de arroz, y entonces la boca viviente usó los cabellos para agarrar una cuchara y engullir con voracidad la comida…

Fue lo más espantoso que jamás vio en toda su existencia, y unos días después pensó en divorciarse de su esposa, pero la segunda boca intuyó el plan y lo sorprendió en la bañera, llevándoselo a las montañas para matarlo, aunque allí él consiguió escapar y se escondió entre las hierbas y el agua verdosa de un pantano, donde permaneció hasta que su endemoniada mujer desistió y se marchó. Esta es la versión más conocida del final: en la otra, la mujer lo encuentra y lo asesina, devorándole el rostro lentamente con su boca secundaria….

*¿Por qué se transforman en un Futakuchi-Onna?

Existen cuatro versiones sobre la procedencia de la segunda boca que caracteriza a estos monstruos, cada una podría considerarse una leyenda independiente aunque todas tienen puntos en común.

-La mujer que no come: En la actualidad se le llama “anorexia”, pero siempre hubo mujeres que se privaban de comer pudiendo hacerlo para mantener la línea: así, cuando enfermaban gravemente, a veces eran castigadas por  las fuerzas que gobiernan el mundo sobrenatural, y el castigo era la aparición de una boca viviente que las obligaba a comer…

-La mujer que no alimenta a los hijastros: Cuentan que, cuando una madrastra no alimenta a sus hijastros y sólo da de comer a su propia descendencia, es gravemente castigada si esa conducta causa, directa o indirectamente (haciéndolo más proclive a enfermarse y no recuperarse de las enfermedades), la muerte de un hijastro o una hijastra. Entonces le cae una terrible maldición, en la que el espíritu del difunto hijastro o hijastra entra en ella, en su cabeza, donde la atormenta murmurando cosas, y haciéndole crecer una segunda boca que comerá mucho más de lo que le fue negado en vida. Esta creencia se relaciona con una conmovedora historia, en la que una madrastra malvada tenía una hija y una hijastra. A la hija la trataba bien, y le daba de comer en abundancia, en detrimento de la relegada hijastra a la que apenas daba lo suficiente para evitarle la muerte; sin embargo, esto fue mermando la salud de la criatura, que se enfermaba constantemente y un día falleció… Después, pasados unos 49 días (el tiempo máximo en que el alma está en el más allá antes de reencarnar, según el budismo), la madrastra empezó a sentir terribles dolores en la parte posterior de su cabeza: sentía que se le estaba abriendo el hueso, que algo le estaba creciendo, y a veces le parecía escuchar la voz de la hijastra en su cabeza, hasta que un día se despertó y tenía una boca en la parte que le causaba los dolores… Esta boca hablaba con la voz de la hijastra, pues estaba animada por su espíritu que, sediento de venganza, le exigía los alimentos que en vida no le dio, pero en mucha mayor cantidad…

-La madre egoísta: Parecida a la versión anterior, una creencia dice que la maldición de la boca viviente también cae sobre todas las madres que, bien por tacañería, por glotonería o ambas cosas, se alimentan bien sólo ellas y a sus hijos no dan casi nada de comer, haciendo que se enfermen y mueran. A ellas, les viene la condena de que, el espíritu del hijo difunto, les atormentará bajo la forma de una boca viviente en la parte posterior de la cabeza…

-La esposa del leñador: Esta versión no se generaliza y se relaciona con una historia particular, en la que un leñador estaba un día cortando un árbol, cuando de pronto su esposa se acercó y él, sin querer, le dio un hachazo un poco por arriba de la nuca… Esto no mató a la mujer, pero la herida nunca sanó, y una boca viviente creció en su lugar…

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*El arroyo del diablo.


Nuestro bote se deslizaba por una parte donde el arroyo corría entre dos enormes barrancas. Íbamos a pescar y no era por diversión. Las barrancas, de no menos de cinco metros de altura, eran oscuras y tan inclinadas como un muro, y allá arriba, en ambas orillas, un monte sombrío y espeso se asomaba hacia el agua como si fuera a desbordarse sobre nosotros en cualquier momento...

Nunca había estado en un lugar natural que fuera tan lúgubre. Mauricio iba en la proa, muy callado. Por como miraba hacia los costados y hacia arriba supongo que estaba tan impresionado como yo. Le di más duro a los remos para salir de una vez de aquel lugar. Finalmente la orilla empezó a hacerse menos inclinada y más baja hasta que las barrancas fueron sustituidas por orillas de arena con un monte más alejado.


—Este arroyo está en el c...o del mundo —comentó de pronto Mauricio.

—Está lejos de todo sí. Y que lugar más feo y lúgubre este que dejamos atrás —le dije, sin aflojarle a los remos. 

—Sí, daba como tristeza —me dijo Mauricio, y vi que miró en derredor como queriendo confirmar que esa sensación había quedado allá atrás.


Deduzco eso porque también hice lo mismo. Ahora el sol de la tarde nos daba en la cara y el agua revuelta por los remos brillaba por todos lados. Algunas garzas nos miraban pasar desde las copas de los árboles que se mecían suavemente y otros pájaros volaban por encima del monte o cantaban ocultos en él. Ahora sentía algo más familiar, la frescura de cualquier arroyo y lo primitivo de la fronda.

Habíamos llegado hasta allí desde otro arroyo más grande. Encontrarlo no fue fácil porque su desembocadura era angosta y estaba casi toda oculta por una especie de islote de árboles medio sumergidos y otras plantas más menudas. Lo encontramos porque nos habían indicado dónde hallarlo. Un veterano pescador apellidado Soto nos lo dijo al pasar en su bote cuando nosotros estábamos echando el nuestro al agua. Eso fue más o menos como a la una de la tarde. El dato era que la pesca allí era extraordinaria porque no era un lugar conocido por muchos. En una época difícil unos kilos de pescado ayudan a llegar a fin de mes, y donde fuera muy abundante hasta podríamos hacer algún dinerillo. Pero yo no me fiaba mucho de la fuente porque los pescadores no suelen compartir sus conocimientos sobre lugares buenos con cualquiera, y aunque sin dudas el lugar era poco o prácticamente nada frecuentado eso no era garantía de buena pesca. Por eso le pregunté a Mauricio:


—¿Será confiable el dato de Soto?

—Ahora tengo mis dudas, porque estas aguas no parecen muy llenas de vida que se diga. Pero quién sabe, más adelante puede mejorar.


Y mejoró. Nos adentramos en una zona con tierra negra en las orillas y aumentó el “olor a barro” característico de algunas partes de los cursos con mucho detrito (materia orgánica descompuesta). Era zona de bagres. Y en una curva vimos el puerto prometido, lo señalaba un gran sauce con el tronco en forma de horqueta. Me sentí muy aliviado porque mis brazos ya no daban más, tenía las venas muy saltadas y me quemaban los músculos. Con un último esfuerzo metí medio bote en la orilla y me levanté algo arqueado hacia atrás con las palmas de las manos en la espalda baja. Sentí algún que otro crujido. 

—Me hubieras dado los remos un rato —me dijo Mauricio mientras tiraba los bolsos a tierra.

—Estoy bien, buen ejercicio.


No era cierto, estaba molido. No había abandonado los remos porque él no se ofreció ni una vez y el bote era suyo. Éramos bien conocidos pero no amigos. Tenía que demostrarle que valía la pena salir a pescar conmigo.  Suyos también eran los aparejos, los faroles, la carpa y hasta los utensilios de cocina que llevábamos para preparar la comida. Yo solo llevaba un pequeño bolso con un abrigo y un impermeable, una linterna pequeña y un cuchillo. No tuve descanso porque tuvimos que armar la carpa y después salí a juntar leña. En el monte me pareció raro que no notara ni un rastro de presencia humana. No vi ni una rama cortada de un machetazo ni marcas en algún tronco, y la leña seca abundaba por todas partes. Cuando volví al puerto Mauricio ya había sacado carnada con su atarraya y estaba tirando las primeras líneas de mano. Dejé caer en el suelo el atado de leña que traía sobre el hombro y le comenté:

—A mí no me parece que Soto ni nadie más haya pescado aquí antes, a no ser que haga muchos años.
 
—Justamente estaba por decirte eso. Pero no puede ser casualidad, describió un puerto como este, ahí está el sauce con su horqueta.
 
—Sí, pero en la mayoría de las curvas hay puertos porque es por donde el agua desborda primero, y encontrar un sauce con una horqueta es algo muy común.
 
—Es cierto. Está por verse si hay tanto pique como dice. 

Y como para contradecir mi teoría de que Soto nos había mentido, empezó a picar un bagre tras otro. Devolvíamos al agua a los más pequeños tratando de causarles el menor daño, pero los chicos allí eran la minoría. Mientras la cantidad de bagres aumentaba el día decrecía. La noche llegó completamente oscura. Encendimos dos faroles e hicimos una fogata pequeña para preparar la comida. Hasta donde llegaba la luz era todo lo que veíamos, el resto del paisaje estaba detrás de una negrura que unificaba todo junto al silencio. Una línea se tensaba, se levantaba en el agua y era otro bagre que terminaba en la jaula que habíamos arrojado al arroyo para mantenerlos vivos. Eran peces grandes, gordos, algunos salían roncando. Cuando nos pareció que eran suficientes pasamos a la no poca tarea de eviscerarlos, filetearlos y salarlos. Mauricio había llevado un tacho de plástico grande que había acondicionado para eso. Levanté el tacho con bastante esfuerzo y se lo pasé para que le tanteara el peso. Los dos nos reímos, pero paramos de golpe al escuchar algo al mismo tiempo. Mi compañero de pesca dejó el tacho en el bote y se acercó a mí. Era un ruido que venía del monte cercano.

—Parece un caballo —me susurró Mauricio.

Sonaba como un caballo pero como yo había andado en aquel lugar no podía creerlo porque era un monte muy tupido. Quedamos escuchando. Los pasos, algo lentos pero continuos, rodearon el campamento como si nos examinara. Intenté ver algo con la linterna pero solo enfoqué ramas y troncos. Caminó hasta cerca de la orilla y después volvió a rodearnos por donde ya había pasado. Aquello era demasiado raro. Nosotros no sabíamos si era un jinete con alguna mala intención o algo peor, si aquello ni siquiera era un animal de carne y hueso. De pronto los pasos cambiaron. Con claridad se notaba que ahora avanzaba sobre dos patas, hasta sonaban más pesados. Giramos lentamente la cabeza para mirarnos. Yo veía el terror en su cara y Mauricio lo notaba en la mía. De pronto estalló, tan potente como los rugidos que emiten los leones en los zoológicos, un sonido infernal que parecía la mezcla de un relincho con una carcajada demoníaca, y era una voz tan potente que hizo eco en el monte y en las barrancas del arroyo y retumbó en nuestro interior. Aquello duró poco y cuando se detuvo fue un alivio para nuestro espíritu. Sin decir palabras, tomamos algunas cosas de pasada y abandonamos el campamento dejando algunas cosas en él.

Después el recorrido fue terrible. Mauricio iba en la proa guiándome con el farol. En la parte con barrancas, varias veces nos pareció ver, en la zona donde la luz terminaba de diluirse, unos bultos extraños que trepaban o bajaban por ellas, y más de una vez algo que era más blando que un tronco golpeó el bote desde la oscuridad del agua. Creí por momentos que no íbamos a salir nunca de allí. Cuando me resignaba pensando que íbamos a morir, golpeaban el bote con más fuerza. Pero al pensar en mi familia me decía que no podía entregarme y remaba con fuerza. Finalmente salimos de aquel maldito lugar. Mauricio también había pasado por una lucha interna, me lo dijo después.

Al salir en el arroyo grande el cielo estaba despejado y había estrellas por todo el firmamento. Apenas salimos en aquel lugar sentimos un olor a podrido impresionante, y cuando mi compañero abrió la tapa del tacho donde guardamos el pescado el olor lo hizo vomitar de tan fuerte que era. A pesar de que era carne fresca y estaba salada se había podrido. La tiramos con tacho y todo. Esa noche, de regreso a casa, dedujimos que Soto nos había enviado por maldad, no nos explicábamos por qué, a un lugar embrujado como pocos. Resultó ser algo peor, porque al otro día nos enteramos que el veterano había muerto ahogado la mañana anterior.


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