*De la Oscuridad.



Un encuentro con el terror, no con el miedo ni con un susto repentino, con el verdadero terror, puede transformar a un hombre valiente en un manojo de nervios como soy ahora...

 Ni recuerdo por qué empezó la pelea, no importaba, igual en aquel bar había un lío todas las noches. Todos se abalanzaron sobre alguien y en un abrir y cerrar de ojos aquello era una batalla. Aprovechando la situación me ensañé con un tipo que me había caído mal esa noche aunque sin ninguna razón, solo era algo en su cara. Se defendió bien pero se notó que no estaba acostumbrado a pelear porque apenas le emboqué un buen golpe se agachó cubriéndose la cara con los antebrazos. Mi rodillazo a la cabeza lo hizo caer hacia atrás. Entonces giré buscando otro contendiente y en ese momento vi una cosa marrón volando hacia mi cara. Ya estaba demasiado cerca, no pude esquivarla. Era una botella y su base me dio en el medio de la frente. Recuerdo que la vi rebotar y después empecé a ver el techo. “Que mugre tiene el techo”, pensé antes de caer inconsciente. 

Después sentí que me movían y me sentaban (eran mis compañeros de juerga), escuchaba sus voces pero no los podía ver aunque sentía que mis ojos estaban abiertos. De a poco se empezó a aclarar todo, los vi como sobras a mi alrededor y después sí volvió toda mi visión. Mis compañeros parecían algo asustados por mi estado pero cuando vieron que estaba bien empezaron a bromear por la marca circular que se hinchaba en mi frente. Al tantearme aquello a mí también me dio gracia pero al reírme me dolió mucho la cabeza. Teníamos que irnos porque habíamos roto muchas cosas y eso al dueño del lugar no le gustó nada. Ya sin preocuparse por mí los otros salieron cada uno por su lado. La noche estaba terriblemente fría. No era agradable pero creí que el frío iba a terminar de despabilarme. En esa zona y con ese frío las calles eran un desierto, y las únicas cosas que se movían eran algunas bolsas que el viento arrastraba contra los muros.

Ni en la cuadra de las chicas saludadoras había alguien. En las esquinas miraba para un lado y para el otro, nadie, solo yo y el viento jugando con basura. Caminaba con el cuello del abrigo subido hasta el cuello. De repente me sentí muy mal y para no caer me recosté a la pared. Un dolor fuerte en el medio de la cabeza, un dolor profundo, me hizo cerrar los ojos y cuando los abrí ya no veía. El golpe me había afectado la parte frontal del cerebro (me lo dijo un doctor después). “¡Mil veces maldito el que me dio el botellazo!”, pensé furioso. Estaba ciego, no veía ni un destello, nada.  ¿Qué hacer? Primero pensé que era mejor quedar recostado a la pared hasta que se me pasara (quería creer con todas mis ganas que era algo pasajero), pero enseguida se me ocurrió que si me movía eso podía ayudar, vaya a saber cómo. Seguí caminando lentamente sin separar mi mano de la pared. No muchos metros más adelante mi mano se encontró con el vacío. Me imaginé la cuadra y calculé que estaba frente a un terreno que tenía un muro bajo en el frente. Tanteando más bajo logré tocar el muro. Seguía contra ese muro cuando una mano pequeña, áspera y arrugada, se posó de pronto sobre el dorso de la mía y me arañó. Grité y me aparté. La dureza y rugosidad de aquella mano me hicieron imaginar algo como una pata de gallina pero con cinco dedos como los de una persona. 

Al apartarme más caí de la vereda a la calle. Me alejé unos metros gateando y volví a la vereda para allí ponerme en pie. Empezaba a intentar convencerme que fue algún tipo de animal pero en ese instante escuché pasos que corrían hacia mí. Sonaban como si fueran los de un niño. Me evadieron a último momento, sentí un manotazo en la pierna y se alejó con una carcajada que se parecía más a un chillido. Los pasos se detuvieron a unos metros. Ahí el terror empezó a calarme hondo. Aquel sonido no era de ninguna persona ni animal. Quedé parado, escuchando. Apenas lo noté pero me di cuenta de que aquello ahora caminaba sigilosamente hacia mí. Por el recorrido de los primeros pasos calculé que era algo de poco más de medio metro de altura. Ya estaba más cerca de lo que creí cuando volvió a arremeter. Di un paso hacia el costado al tiempo que lanzaba un manotazo bajo. No le di a nada, lo esquivó con otra carcajada repulsiva, pero con el paso que di pisé algo, y enseguida la carcajada se volvió chillido puro y aquello se detuvo allí. ¡Le había pisado la cola! Me aterró y repugnó tanto a la vez que aunque lo tenía a mi alcance no quise tocar aquello. Levanté el pie y lo escuché alejarse. En aquel momento de peligro mi terror, aunque era horrible, no fue tanto como el que me dominó más tarde. Bajé a la calle y salí corriendo. Recuerdo que caí unas veces aunque no recuerdo levantarme, solo que seguía corriendo. 

Milagrosamente no me maté y cuando estaba recuperando el aliento volví a ver. Ya no fui el mismo, aquel encuentro me destrozó los nervios. Ahora sobre todo le temo a la oscuridad.  


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